15 de julio de 2016

El límite



La cueva no deja de ser un espacio cerrado de piedra. Sus paredes son las que nos oprimen, nos marcan una dirección equivocada (hacia el fondo de la cueva) o simplemente nos instan a quedarnos quietos en un recoveco que consideramos seguro y cómodo. Estas paredes son los límites.



En especial los límites autoimpuestos, aunque también los que nos han establecido desde pequeños y que realmente no están ahí.



Y no estoy hablando de la típica charla motivadora y moralista de "tus límites te los pones tú mismo". Esto es cierto, pero ya está muy oído y yo pretendo aportar algo nuevo.



Me refiero a los límites cotidianos, al "por ahí no se puede ir", al "uf, andar de X a Y es una burrada" cuando solo se tarda quince minutos, al "no fumes marihuana que te harás un yonki" o al "no hagas deporte que te lesionarás".



Vivimos en una sociedad que pone límites donde no debería ponerlos, y no los pone donde sí debería. Porque caminar quince minutos para la mayoría supone un esfuerzo inhumano o incluso perder la dignidad (¿cuántas veces has oído lo de "no vayas andando, que yo te puedo llevar en coche"?), pero pasar ocho horas al día sentado trabajando, estudiando o viendo la tele es perfectamente normal y sano. O comer mantequilla es malo para la salud, y las grasas saturadas deben limitarse a un 10% del total de calorías diarias, pero el pan y los macarrones deben ser la base de la dieta.



Los límites son creencias y normas sociales que dicen que A es correcto pero B no, simplemente porque así ha sido siempre y nadie se ha parado a preguntarse si es razonable o una soberana estupidez.
Para la mayoría de la gente el deporte se limita a correr durante una hora, con suerte por la calle y si no en una absurda cinta mecánica que no te lleva a ningún lado, la actividad intelectual a los estudios primero y al trabajo después, y la dieta a lo que esté de oferta en el súper, dentro, claro está, de los límites que aprendieron de sus madres.



Pocos se plantean cruzar la calle con el semáforo en rojo, aunque esa calle sea una recta de un kilómetro y no venga ningún coche. Pocos saben salir los fines de semana si no entran a una discoteca, aunque se aburran como ostras dentro (fíjate en la mayoría de caras en cualquier bar de copas/discoteca un viernes por la noche, son deprimentes). Pocos recorrerían caminando la distancia de dos paradas de metro o autobús. Pocos probarían la marihuana, aunque sea a todas luces mucho menos nociva que el alcohol, solo porque es ilegal.

Podría seguir poniendo ejemplos de límites durante mucho tiempo, pero quedaría un artículo ridículamente largo.

No estoy haciendo apología del libertinaje. Por supuesto que debe haber unos límites al comportamiento agresivo y a las conductas que molesten o agredan a otros. Pero la mayoría de normas, ya sean legales o sociales, nos coartan en actitudes que, o no nos afectan más que a nosotros mismos, o directamente podrían favorecer nuestro desarrollo personal.



Si una persona tiene curiosidad por temas que no son dañinos, o desea hacer algo que nadie hace pero que no tiene ninguna connotación negativa y cree que podría gustarle, no debería sentirse limitada por su entorno. Es muy liberador y reconfortante hacer lo que uno siente que le gusta de verdad, siempre que con ello no perjudique a otras personas.



En futuros artículos hablaré de límites que creemos que existen pero que en realidad son muy fácilmente eliminables de nuestro pensamiento, solo se necesita un poco de información. Y con cada límite descartado, estaremos más cerca de la salida de la cueva.



Un saludo para los inquietos.




Arturo





No hay comentarios:

Publicar un comentario